Despedida de la verdadera autora

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No me lo deja fácil mi querido personaje. A mí me toca aclararles que los Reyes Magos son los padres. Andrés es un hijo de la fábula, un invento descontento, una herramienta que utilizo para encarnar mi pensamiento. Aunque le cueste entenderlo, tiene una naturaleza intangible, pues hay fronteras que ni yo misma puedo ayudarle a cruzar.

Me preocupa, de todas formas, que sus imposibles piruetas en la acera de lo verosímil, hayan hecho surgir en sus mentes algún atisbo de confusión. Por eso me dispongo a esclarecer lo que realmente aconteció en el back-end. Andrés asió los esparadrapos con cristales, con la gomita colgando, y los arrojó con una mezcla de asco y alivio en la papelera más cercana. Se calzó sus gafas nuevas en las napias, miró a un lado, miró a otro lado y, de repente, lo vio todo claro. Fernando le hizo una seña con los ojos y él empezó a andar despacio, pero a cada paso que daba iba acelerando. Al cruzar frente a Teresa, la miró a los ojos intenso y le estampó: “Larguémonos de todo esto”. No pensaron, más bien se dejaron sacudir por un impulso irracional. Él tiró al público su corbata, ella su ramo de margaritas. Pisparon a correr doblándose de la risa. Y Fernando, con una chica que se había sacado del sombrero, se unió a la loca estampida. A las seis manzanas pararon en una esquina.

Andrés – ¿Lo has comprendido, Teresa?

Teresa – Supongo que sí.

Andrés – Estábamos empezando a actuar como ellos.

Teresa – ¿Y ahora?

Andrés – Ahora nos lo montamos por nuestra cuenta y allá que se las entiendan. No vejaré mi espíritu libre antes de alcanzar mi estrella.

Teresa – Muy atrevido te veo yo a ti hoy.

No, no aplaudan tan pronto. Porque, si lo que se está pretendiendo es caminar por el borde del precipicio —el filo de la navaja, que dicen algunos—, no se debe descuidar nunca el estado de alerta. Y Andrés se confió. El vaivén del mundo de las formas tiende a entretejer telas de araña. Las nombro así, en plural, por ser innumerables. Bajo diferentes diseños, mantienen un rasgo común: atrapan. Nuestro ‘enfant terrible’ no había hecho más que salir de Herodes para meterse en Pilatos.

Aprendió a vivir a salto de mata y a engolfarse. Teresa, que tenía de por sí la cabeza más sentada, volvió a su oficio de peluquera y se dejó de historias raras. Fernando y él se hicieron inseparables. Corrieron mil y una aventuras que les describiría con gusto si fuera éste momento adecuado. Básteles con saber que llegaron a ser componentes de un grupo de rock urbano conocido en las verbenas de los barrios como “Plátanos corrosivos”. Imagínense.

No es oro todo lo que reluce y pronto descubrieron que todo aquello también tenía un techo. Al cabo de catorce o quince meses, Andrés empezó a estar un poco harto de su vida frívola, en la que iba pasando cada día menos horas sereno. Comprendió que pisaba un campo minado y que quizá fuera conveniente vigilar más de cerca su disposición interior, de modo que pudiera ir creciendo en fortaleza y le sacara algún provecho a la experiencia.

Aquella tarde podría haber sido otra cualquiera, si no fuera porque en su bolsillo comenzó a aguijonearle el bolígrafo de propaganda que había sustituido a su querida y desahuciada estilográfica. Fue a sentarse a una boca de Metro para desahogarse con tranquilidad, pero esta vez la inspiración, escurridiza, caprichosa y desleal, sólo le alcanzó para borratajear:

¡Jugarreta! ¡Jugarreta!
Otro fantasma en mi ventana
que se arroja de bruces
a la nada.
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